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Okey. Una cosa es la figura del gourmet sexual y cenar a la luz de las velas en onda romántica con tu pareja, pero otra muy distinta es comerte una pizza entera más helado de postre y que el perla de tu marido pretenda “hacer la digestión” en conjunto. ¿Cómo él puede excitarse y yo sentirme una ballena frígida al mismo tiempo?

O sea, pongámonos de acuerdo. O “chancheamos” y aprovechamos las ventajas de comer a destajo en confianza, o incluimos la comida como parte del “pre”. ¡Pero no las dos cosas! Eso fue lo que le dije a Jorge, pero el insistió en que mi obesidad mórbida concentrada en la guata sólo estaba en mi mente, adornando sus argumentos con frases tan mata pasiones como el pepperoni que tenía la pizza. (“Tus rollitos me gustan” o peor aún, “si quieres ponte arriba y así no se te mueve nada”. ¡Mal!)

Lo siento, pero simplemente no puedo hacerlo cuando me siento hinchada. ¡No hay caso! Es como si tuviera una flecha de neón apuntando mis pliegues y el cerebro no pudiera pensar en otra cosa que ocultarlos. Adiós placer, ¡bienvenida tortura! Lo peor es que sé perfectamente que el problema está sólo en mi cabeza y no se “ve”  a kilómetros de distancia, como yo siento.

En ese sentido, envidio profundamente a los hombres y algunas pocas mujeres capaces de disfrutar del sexo sin importar el estado de su ombligo. Jorge, por ejemplo, ha llegado a la casa luego de asados terroríficos con su club de Toby y aún así me propone sin arrugarse el salto del tigre. ¡Y lo mejor es que cumple! No se enrolla ni cuestiona, y mucho menos se preocupa cuando yo paso mis manos por su cintura y hasta bromeo por el bulto “post carrete”. ¡A eso llamo yo libertad!

Ojalá volara una paloma blanca por mi cabeza y me convenciera de relajarme un poquito. Hasta que eso no pase, obligada a comer decentemente y jugar a ser la mujer sexy y tímida que Jorge conoció. Esa misma que se mataba de hambre en las citas, pero que después lo dejaba loco cuando lo único que quería al llegar a la casa era sacarse la polera y mostrarle su guatita plana lista para ser contorsionada en todas las posiciones imaginables.

En una de esas no es tan mala idea. Después de todo, ¿no son esas chanchadas descontroladas en pareja uno de los primeros síntomas de caer en la rutina? Si lo piensan, que te deje de importar parecerle sexy a tu pareja es extremadamente peligroso.

¿Qué piensan ustedes?

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Recuperando el Deseo…(¡y mi vida!)

Carla Stagno Gray: Periodista y guionista. Ha trabajado en medios escritos y de televisión, donde condujo y realizó la producción periodística para programas de corte cultural y turismo. Hace dos años que se dedica principalmente a escribir guiones, destacando su trabajo en las teleseries “Los Ángeles de Estela” y “40 y Tantos”, ambas de Televisión Nacional de Chile.