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“No hay nada donde la vergüenza sea más dominante que en el sexo”, dice la sexóloga Anita Clayton, afirmando que todos en algún minuto nos hemos avergonzado de nuestras pasiones o de lo que envuelve la sexualidad en sí. “Nos han enseñado a negar el sexo que llevamos entre las piernas, a despreciar el extravagante placer que nos ofrece, a llevar registro cuidadoso de sus efusiones y a perfumarlo con sumisión de aroma floral”, dice la también escritora en su libro “Satisfacción”.

Tal cual. Rechazamos cada cosa que tenga que ver con nuestro sexo. Perfumamos nuestros propios aromas para que nadie se percate de su natural estado. Nos incomoda que se den cuenta cuando andamos en nuestros días y, si llegamos más allá, nos choca sentir atracción por otro hombre que no sea el nuestro… no es correcto, diría el angelito que tenemos en el consciente. Y lo mismo pasa en nuestra cama, donde tratamos de asfixiar a la mujerzuela que llevamos dentro y que tanto nos gustaría liberar.

Claro que hay casos y casos. Y si bien a muchas les cuesta desvestirse con gracia ante la atenta mirada de su pareja. Hay otras, y no muy pocas, a las que el sexo está absolutamente ligado a la vergüenza y el tema de por sí, les produce aversión. Y ante todos, tienen una vida maravillosa en pareja, pero hacen el amor con la luz apagada… para que él no vea la cara de molestia que ella tiene cuando el coito se hace inminente.

Son mujeres puritanas, criadas bajo la rigidez de sus padres y cuya tensión llega a tal que suelen hablar de “esto” cuando hablan de su genitalidad.

Pero la vergüenza no es sólo propiedad de ellas, también lo es que tantas mujeres que no quieren ser vistas por sus parejas por pudor, por vergüenza de su cuerpo, porque no logran desconectarse por completo y no quieren ser vistas en ese proceso.

Sofía, por ejemplo, de 47 años, lleva 30 años casada y jamás ha prendido la luz. Tiene exceso de peso, estrías de sus tres embarazos y probablemente celulitis. Sus pechos están algo caídos, pero lucen bellos aunque ella no los nota. Ella detesta su cuerpo. Ya olvidó cuándo fue la última vez que miró sus genitales y ha descuidado tanto su imagen que en invierno casi no se depila, como para tener una excusa para decir que no. Es joven y lo está pasando mal. ¿Qué pasará con ella en 20 años más? Probablemente si no hace nada al respecto, seguirá igual. Y no me refiero a hacer dieta, ni cirugía. Me refiero a cambiar el switch. A amar el cuerpo que tienes. A sacarte provecho y potenciar las lindas partes que tiene tu físico. A conocerte. A explorarte. A comenzar a sentirte sensual pese a lo que no te gusta. ¡A quererte!

Porque aunque suene cliché, nadie puede quererte si primero no te quieres tú a ti. Nadie puede satisfacerte, si primero no saber qué te satisface. Nadie puede romper esa amargura, si no haces tú algo al respecto.

Libérate. Mírate. Valórate. Y déjate desear. Prende la luz. ¿Es mucho? Pues prende una vela. Pero de a poco descubre las nuevas sensaciones que provocará sacar de la oscuridad a tu propia sexualidad. Y no es sólo por lujuria o placer, también es por salud, mental y física. Y por amor propio. Tienes derecho a ser feliz. 

Por Karen Uribarri

@karenuribarrikaren