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Es mi primera columna aquí y la escribo tranquilamente. Tomando sorbos de café y esperando una lluvia que todavía no llega. No me duele la guata, no tengo nervios y no me imagino escenas en que escribo vaca con “b larga” y que todos se ríen de mí. No estoy ansiosa, ni asustada, realmente no tengo expectativa.

¿Qué cómo lo logré? ¡No pasa nada! Todavía no lo logro, pero creo que he aprendido a cooperar con lo inevitable. Entiendo que los días decisivos van a llegar igual y que ponerme nerviosa o no depende de mí, por lo que puedo vivirlos o padecerlos. Sí, sigo sintiendo ansiedad, pero yo la manejo a ella, ella nunca más a mí.

Y es cuando pienso en esto, que aparece en mi cabeza el odioso y muy sobrevalorado concepto de la expectativa. Es más, esa parte de la filosofía oriental que te enseña a vivir en la impermanencia, sin esperar resultados y amando el momento, cada día cobra más sentido para mí.

Pongámonos en un caso práctico. Estoy de cumpleaños y quiero ir a almorzar con mis amigos. Me gustó un restaurante del Barrio Italia, quiero comer pasta y pasar un buen rato juntos. Llegado el día, dos amigas tienen a sus hijos enfermos y otro un compromiso de pega, el restaurante está repleto y tenemos que ir a otro donde la atención no es la mejor.

La expectativa dice que ha sido el peor cumpleaños de mi vida. Que nunca más debo osar en volver a celebrar y que nada salió como yo quería. Conclusión: El bajón de los bajones. El deseo, por su parte la pasó bien. Hubo imprevistos, pero fueron sorteados a tiempo. No importa que algunos amigos faltasen, porque se entienden los compromisos y obligaciones. El resultado: Fue un gran cumpleaños, a pesar de todo.

Ahí radica la diferencia entre querer controlar todo y pasándolo mal si no resulta al 100% (que no lo hará) o deseando algo, haciendo cosas para que resulte como quiero,  pero teniendo la mente y el corazón abiertos para aceptar lo que venga y moldearnos. Es más, creo que si quisiéramos más y esperáramos menos nuestros pololeos serían mejores, las amistades durarían eternamente y pasaríamos menos malos ratos. Esto no significa que las cosas dejen de “darnos lata” completamente, pero me refiero a que no nos determinen.

Si hay que entregar una fórmula aconsejaría tomar un plumón y escribirme en la frente “yo no controlo nada” (ojalá con tinta permanente). Y cuando se me olvide, tener a mano un espejo. De este modo, dejar que la vida siga su curso y permitirle a la vida hacer su magia con nosotros.

Hay una frase de Buda que dice: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional” . Yo creo que la clave está en dejar de esperar para poder soltarnos y disfrutar. En este caso, deseo firmemente que esta columna sea la primera de muchas y que podamos seguir encontrándonos semana a semana. Habrá que ver que dice el presente y el futuro… eso sí, sin expectativas.

Carolina Bustamante

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