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Detenerse un momento a reflexionar sobre los cambios culturales que hemos experimentado en el último tiempo a lo largo de la historia, se hace una tarea compleja, ya que implica sumergirse en una cantidad significativa de dimensiones que participan en conjunto, tanto desde nivel de cómo surgen, como se han sostenido a lo largo de los años y como otras han ido sufriendo cambios.

Los patrones culturales de alguna forma van generando una suerte de “identidad esquema” en donde todos quienes compongan parte de un género o grupo, deben poseer las mismas características, los mismos deberes y obligaciones. Desde esta lógica, es que los hombres durante mucho tiempo estuvieron estigmatizados por su rol de padre y proveedor, lo cual era una casilla exigida y validada por la sociedad.

Si bien el tránsito a la nueva identidad del ser hombre, lo que yo llamaría una “identidad construcción”, está en pleno proceso, puesto que aún existe ese fantasma del padre-proveedor y en la actualidad no es difícil encontrar hombres que siguen funcionando desde ese paradigma. Sin embargo, éste también convive con una nueva identidad del ser hombre, que incluye muchas más cualidades.

El tránsito hacia este nuevo ser hombre, que encierra aspectos propios del mundo femenino como la sensibilidad, la capacidad de contención, el permitirse navegar por las distintas emociones, indiscutiblemente está impactando en las relaciones de pareja en sus diferentes manifestaciones. Ya que este tránsito identitario, abre un portal hacia dimensiones de la masculinidad que antes no fueron consideradas y que hoy forman parte de los “desde” que de alguna forma las mujeres hoy exigimos.

En la real academia española se define masculinidad como “cualidad de masculino”, por lo tanto, podríamos asumir que se trata sólo de características que pueden ser encontradas en los hombres.

Sin embargo, es una definición muy limitada, pues deja fuera lo que estamos viviendo en la actualidad, que responde a una forma del ser hombre bastante más compleja y que quise llamar masculinidad sensible.

Si lo masculino es propio de los hombres, considero que si todos aquellos rasgos que componen dicha masculinidad no son acompañados de una sensibilidad que podría adjudicarse como un campo propio de la mujer, carecen de cualquier sentido en el impacto que esto supone en una relación de pareja.

Lo que quiero decir, es que en la actualidad la vida en pareja exige una combinación de rasgos y específicamente, en el caso de los hombres, hoy se ven enfrentados a una exigencia por parte de las mujeres por desarrollar este lado más sensible, que favorezca la empatía y los procesos de mentalización.

Hoy el paradigma que los hombres tratan de alcanzar y que las mujeres por otra parte valoran, no está en la antigua concepción de “macho recio, fornido, que no llora”, sino en el complemento de un sujeto capaz de ser un “héroe” no simplemente por sus destrezas físicas, sino por su capacidad de contención, de apoyo, de acompañamiento, de respeto y valorización., es decir, por su capacidad sensible.

@Caro_TapiaV