You are currently viewing ”Lo que amo de Dublín”: Capítulo 3

Ya les dimos a conocer el capítulo 1 y 2 del libro de Amanda Laneley ”Lo que amo de Dublín”.

Si te perdiste el capítulo 1, parte 1, pincha aquí.

Si te perdiste el capítulo 1, parte 2, pincha aquí.

Si te perdiste el capítulo 2, parte 1 pincha aquí.

Si te perdiste el capítulo 2, parte 2 pincha aquí.

Si quieres saber como continúa la historia de Sara, aquí va el capítulo 3!

”Lo que amo de Dublín”, Capítulo 3

A la mañana siguiente, Fran llevó a Sara a la universidad para una reunión con Stephen. La condujo hacia la prolija oficina de su novio antes de marcharse y dejarlos solos. Sara se sorprendió al ver a Stephen por primera vez. Su barba y su pelo oscuro estaban recortados impecablemente y su rostro serio tenía una expresión de suficiencia. Le recordó de inmediato a su profesor de ética del colegio y le extrañó que Fran, con lo chispeante que era, se hubiera fijado en un hombre así. Tal vez los opuestos se atraían después de todo.

–Tengo entendido que asistirás como alumna al curso de inglés experto por las mañanas –dijo Stephen.

–Así es, me matriculé más que nada para cumplir los requisitos de la visa de trabajo. Como no tengo una nacionalidad de la comunidad europea…

–Sí, sé cómo funciona. Fran tuvo también que obtener visa de estudiante para poder trabajar…Toma –le entregó una hoja con el horario de sus clases como docente– todas las asignaturas que impartirás son en la tarde. Si necesitas algún material, pídelo directamente a cualquiera de las secretarias.

Stephen le explicó el sistema de evaluación y el calendario académico antes de terminar la reunión. Luego salieron de la oficina y caminaron hasta la salida principal, donde los esperaba Fran.

Ella trató de darle a su novio un efusivo beso, pero él la esquivó y se echó para atrás.

–Fran, sabes que no me gustan este tipo de demostraciones en público –dijo Stephen.

–Ay, amor, que no es para tanto. ¿Vienes con nosotras al centro?

–Imposible. Tengo mucho que hacer.

–¿Estás seguro que no puedes tomarte unos minutos? –insistió Fran–. No nos hemos visto mucho últimamente.

–Ya sabes que aquí no marcha nada si no estoy yo –se despidió de ella con un breve beso en la mejilla–. Te veo más tarde, ¿de acuerdo?

Las chicas dejaron el campus y veinte minutos más tarde, paseaban por Grafton Street, la peatonal más importante de la ciudad. Aunque era temprano, había mucho movimiento. Coloridos puestos de flores adornaban las entradas de boutiques y tiendas de recuerdos, mientras algunos músicos callejeros inundaban el aire con famosas melodías.

Sara disfrutaba paseando con Fran, pero al mismo tiempo se sentía culpable por haberle dejado creer algo que no era cierto en relación a su corazón roto. Encontró el momento adecuado para aclarar las cosas cuando ambas se sentaron a disfrutar de los pálidos rayos del sol en Saint Stephen’s Green, el parque principal del centro de Dublín. El frío era intenso, pero la tranquilidad de la mañana y el verde que se asomaba donde se derretía la nieve, lo hacían un buen lugar para hablar.

                –Fran, hay algo que he querido confesarte desde el primer día –dijo Sara– el caso es… –se interrumpió insegura– que sí es cierto que tengo el corazón roto por un hombre, pero él no me engañó ni nada de eso. El problema soy yo; la culpa fue mía.

                Fran parpadeó.

                –¿O sea que tú engañaste a tu novio y él te dejó?

                –¡No, por Dios! Nada de eso. Jamás sería infiel, mucho menos a Antonio. No se trata de eso.

                –¿Por qué dices que tú eres el problema entonces?

                Sara suspiró con tristeza.

                –Desde que era niña soñaba con recorrer el mundo. Hablar otro idioma, vivir en otro país, pasar alguna temporada en Europa… Hace cuatro años conocí a Antonio y nos enamoramos, pero él no quería saber nada de abandonar Chile, ni siquiera por una corta temporada. Antes eso no me preocupaba demasiado, pero el año pasado nos comprometimos y de ahí todo fue de mal en peor.

                –¡Estuviste comprometida! –Fran abrió los ojos de par en par–. ¿Qué pasó entonces?

                –Antonio quería fijar la fecha para casarnos, pero yo no quería hacerlo hasta no haber cumplido mi sueño de viajar. Sentía que si no lo hacía antes, no lo iba a hacer nunca… –miró cabizbajamente hacia el pasto que se asomaba en medio del blanco–. Sin decirle a Antonio, apliqué a un puesto de trabajo en Dublín, solo por ver qué pasaba. No tenía mayores esperanzas, pero hace una semana llegó una carta de la universidad UCD ofreciéndome un reemplazo de último minuto; necesitaban a alguien que pudiera empezar de inmediato… –suspiró meneando la cabeza–.

No supe qué hacer y le conté a Antonio de la oferta de trabajo. Él se enfadó, me dijo que estaba loca por siquiera considerar la idea de venir… Tuvimos una discusión enorme y él me dio un ultimátum: o me quedaba o terminábamos. Yo le reclamé que estaba siendo injusto, que no podía decidirlo así… –sus ojos se llenaron de lágrimas–. Se enfureció, salió de mi departamento dando un portazo y no volvió a hablarme más.

                –Y decidiste venirte a Irlanda, ¿cierto?

                –Sí, pero no inmediatamente… Durante varios días traté de arreglar las cosas con Antonio. Lo llamé mil veces, pero me cortó en cada intento. Cuando entendí que él no quería nada más conmigo, ahí recién decidí venir… No me pude despedir de él; ni siquiera sé si enteró de que estoy aquí… –dijo mientras se apagaba su voz–.  Quería contarte todo para ser sincera contigo, pero ahora tengo terror de que pienses mal de mí, que dejé que creyeras una historia diferente para poder quedarme en la casa.

                Fran le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

                –No seas boba, me apresuré a sacar conclusiones, pero no pienso mal de ti, más bien creo que ese Antonio es un imbécil.

                Sara soltó el aire con tristeza.

                –Serías la primera en pensarlo. Todos a mi alrededor afirman que es el hombre perfecto, atractivo, adinerado, trabajador…

                –Si fuera tan perfecto como dicen, no lo habrías dejado ni te habrías venido a Dublín.

                –Precisamente por eso es que siento que el verdadero problema soy yo –tragó para disolver la pena que le provocaba la confesión–. Tal vez haya algo mal conmigo, ¿acaso no debería sentirme diferente con él, un hombre que todos dicen que es lo máximo?

–¿Y con diferente quieres decir…? –Fran dejó incompleta la pregunta, invitándola a explicarse.

–No sé… sentirme contenta, radiante, apasionada, loca de amor… Con ganas de estar siempre con él… Con ganas de sacarle la ropa y tirármele encima para tener un sexo como el de las películas, que por cierto nunca he tenido, ni con él ni con nadie.

–¿Entonces por qué aceptaste casarte con él?

Sara exhaló con arrepentimiento.

–No sé. La verdad no me lo cuestioné mucho. Simplemente era el siguiente paso… ¿Sabes cuando llega ese momento en que se comienza a hablar del futuro de la relación? Todos nuestros amigos estaban en esa etapa en la que se casaban o terminaban y yo jamás pensé en terminar con Antonio… Es decir, ¿quién piensa en acabar una relación con alguien que es básicamente perfecto? No tenía sentido, así que cuando me propuso matrimonio, dije que sí sin pensarlo realmente, ahora veo que me apresuré; fui muy tonta al no tomarle el real peso a esa decisión.

–No te culpes tanto, Sara. No hay ninguna persona en este mundo que tome siempre decisiones correctas cuando se trata de amor… ¿Has sabido algo de Antonio desde que llegaste a Dublín?

–Nada. Ni una sola palabra.

–Entonces todavía están juntos.

–No, no es así. Él se fue de la casa y dejó de hablarme…

–Sí, por menos de una semana –la interrumpió Fran– eso no es una ruptura, es una pelea. He tenido varias de esas con Stephen y jamás he considerado que hayamos terminado.

A Sara se le congeló la sangre. ¿Podía haber malinterpretado las cosas hasta tal punto? ¿Seguirían juntos después de todo?

Fran la observó palidecer.

Por tu cara de espanto, me doy cuenta de que ni siquiera se te había pasado por la cabeza. Debes hablar con él, Sara, y averiguar si aún siguen juntos. Cuanto antes.

Sara se apresuró a poner en práctica el consejo de Fran apenas volvió a casa en la tarde. Se conectó a su cuenta de Skype y con dedos temblorosos digitó el número de Antonio.  El corazón se le aceleró mientras sonaba el tono de marcar.

–¿Aló?

Escucharlo al fin después de tantos días, le apretó el estómago. Inspiró profundamente para armarse de valor.

–Antonio, soy yo.

–¡Sara! ¿Cómo fuiste capaz de irte así como así? ¡Sin decirme nada, por Dios! ¿En qué demonios estabas pensando?

–No te he llamado para pelear –trató de hablar con voz tranquila–. Por favor no reacciones así.

–¿Y cómo diablos quieres que reaccione? ¡Te fuiste sin decirme nada al otro jodido extremo del planeta! ¡Me abandonaste como un tonto! ¡Imagínate lo que debe estar pensando todo el mundo!

Ella comenzó a indignarse.

–Se te olvida que yo no fui la que hizo el escándalo esa noche. Fuiste tú el que salió dando un portazo… Te llamé mil veces para que conversáramos, incluso traté de arreglar las cosas antes de siquiera pensar en comprar el pasaje. Ni una sola vez te dignaste a contestarme.

–¡Porque estoy harto! Harto de que me des largas con el tema del matrimonio. Es como si lo que yo quisiera no te importara en lo más mínimo.

–Yo podría decir lo mismo de ti –lo acusó–. Siempre tuviste claro que viajar y vivir una temporada en el extranjero era mi sueño, pero lo has ignorado todo este tiempo. Incluso te pedí que viniéramos juntos y siempre dijiste que yo.

Antonio soltó un bufido.

–¿Y para qué diablos iba a querer yo cambiar todo lo que tengo por una completa incertidumbre? Toda mi vida está aquí, mi familia, mis amigos… ¿Acaso crees que un trabajo tan bien pagado como el que tengo se consigue en cualquier parte? Por supuesto que no… Te ofrecí irnos de vacaciones todos los años al extranjero y fuiste tú la que no quiso.

–¡Pero es que no es lo mismo, Antonio! Son experiencias completamente diferentes. ¿Cómo puedes comparar la libertad de tomar tu mochila y empaparte del mundo a hacer viajes turísticos de dos semanas cada año? ¡Es absurdo!

–Dejar todo por ir a perseguir ovejas a Irlanda, eso sí es absurdo… Acá estoy construyendo un futuro bueno para ambos, con dinero y estabilidad ¿es que no pensaste en eso antes de largarte?

–Ese es el futuro que tú quieres para los dos. ¿Me has preguntado alguna vez lo que quiero yo? ¡No, jamás!… ¿Y si yo no quisiera dinero y estabilidad en este momento de mi vida? ¿Y si no quisiera un trabajo de nueve a seis? ¿Y si quisiera recorrer el mundo, aunque eso implicara no tener tanto dinero por ahora?

–Entonces estarías demente –sentenció Antonio con dureza– Ninguna persona cuerda piensa así.

Era absurdo seguir insistiendo en ese punto con él, pensó Sara sintiéndose derrotada. Antonio jamás podría entender sus ansias de descubrir el mundo.

–De cualquier manera –continuó él– supongo que el motivo de esta llamada es para disculparte y decirme que te vienes inmediatamente, ¿verdad?

Fran tenía razón. Antonio había considerado su alejamiento como una pelea más. Pero ahora que al fin estaba en Irlanda, cumpliendo su sueño, no podía volver. No quería volver.

–Lo siento, Antonio –su tono firme no dejaba lugar a dudas–. Pensé que habías terminado conmigo… Lamento haber malinterpretado las cosas y haberme venido como lo hice, pero ahora no puedo volver. Acepté el trabajo de la universidad para dar clases durante el semestre, eso significa que me quedaré al menos cinco meses.

–¡Cinco meses! –exclamó furioso–. ¿Estás loca? ¿Y dónde nos deja eso a nosotros?

–Sé que es difícil, pero podemos adaptarnos –trató de tranquilizarlo– después de todo, tampoco es tanto tiempo.

–¿No vernos durante cinco meses te parece poco tiempo? –podía escuchar en la voz de Antonio la mezcla de ira e incredulidad.

–No necesariamente… Tú todavía no te has tomado vacaciones, podrías venir a visitarme a Dublín. Solo serían unos dos meses sin vernos hasta que puedas venir.

–Sabes que estoy trabajando como esclavo para conseguir mi ascenso. No me puedes pedir que abandone todo por ir a verte a ti.

Sara soltó el aire con cansancio. Lo único que hacía Antonio últimamente era trabajar para conseguir más y más dinero. No la sorprendió en absoluto su respuesta.

–Antonio, yo necesito esta experiencia. No me pidas que renuncie a un sueño que más adelante no sé si podré hacer. No creo volver a tener una oportunidad como esta.

–¿Y qué hay de lo que yo necesito?… Lo que yo quiero es estar contigo en nuestro país, casarnos y empezar nuestra vida juntos.

–¿Y por qué lo que tú quieres es más importante que lo que yo quiero? –soltó ella sin detenerse a pensar.

Sara se arrepintió apenas las palabras salieron de su boca y el silencio prolongado al otro lado de la línea le confirmó lo que ya sabía: que había metido la pata. Hasta el fondo.

–Antonio, lo siento –se disculpó en seguida–. No quería decir eso.

–Parece que se te olvidó que tú aceptaste casarte conmigo –dijo él con voz resentida.

–Sí, acepté, pero siempre tuve como meta vivir afuera un tiempo antes de hacerlo y lo sabías. Fuiste tú el que asumiste que yo iba a cambiar de idea.

–Discúlpame entonces por pensar que mi prometida iba a vivir en el mismo país que yo –dijo con marcada ironía–. Perdona si di por hecho que comprometerse con alguien significaba que esa persona se iba a quedar a tu lado en vez de largarse al otro extremo del mundo.

–¡Eso no es justo! ¡Siempre me haces sentir culpable y ya estoy harta!

–¡Y yo estoy harto de esperar!

Un tenso silencio se extendió a lo largo de la línea telefónica.

–Sara, esta discusión es inútil. Te exijo que te devuelvas de inmediato, ¿oíste?

Ella hizo un esfuerzo por no descargar la frustración que esa exigencia le provocaba.

–Ya te dije que no voy a volver antes de cinco meses –respondió a su vez con voz contenida–. Esta es una experiencia que necesito vivir.

Antonio soltó una maldición antes de esgrimir furioso todos los argumentos que se le ocurrieron para demostrarle a Sara que estaba haciendo una tontería. Cuando él comprendió que ella no iba a ceder, dijo de pésima gana:

–De acuerdo. Tú dices que necesitas vivir esto antes de casarte, que realmente deseas quedarte allá cinco meses. Está bien, quédate en Dublín por ese tiempo, pero ni un solo día más.

Sara sintió renacer en sí la esperanza.

–Gracias, Antonio. No te imaginas lo impor…

–Aún no he terminado –la interrumpió–. Apenas terminen tus cinco meses, nos casamos. No importa la fiesta, eso quedará para después. Pero apenas te bajes del avión, nos casamos por el civil.

Sara sintió que todo el aire abandonaba su cuerpo.

–Eso es en muy poco tiempo. No puedes estar hablando en serio.

–Hablo muy en serio. Ya he esperado un año y no voy a seguir esperando. No hay nada más que discutir.

Ella reflexionó en silencio unos instantes.

–Es un paso importante, Antonio. No me puedes pedir que te responda ahora si quiero casarme en cinco meses más. Necesito algo de tiempo para pensarlo.

–Perfecto –su voz indicaba todo lo contrario– piénsalo. Tienes un mes.

–¡Pero eso es muy poco tiempo!

–Un mes y ni un solo día más.

Sus últimas palabras fueron una advertencia y Antonio cortó la comunicación sin darle tiempo a Sara de decir nada. Debería sentirse aliviada de que él aún quisiera estar con ella, ¿verdad? Pero no se sentía aliviada, más bien sentía una enorme presión en el pecho.

Se sumió en sus preocupaciones hasta que la inquietud y el cansancio le pasaron la cuenta a través de un fuerte dolor de cabeza. Decidió no darle más vueltas al asunto por el momento y bajó a la cocina para desconectarse un poco y comer algo.

–¿Quieres cenar? –le preguntó Colin al verla aparecer–. Estoy preparando un stew.

–Gracias, Colin. ¿Qué es un stew?

–Es un plato típico irlandés –él le tendió una cucharada llena–. Pruébalo y me dices si le falta sal.

Sara se la llevó a la boca y se paralizó, conteniendo una mueca de asco. Luchó por tragar con su mejor cara de póker.

–¿Y qué tal? ¿Está bien de sal? –preguntó un sonriente Colin.

Sara pensó que la sal estaba perfecta. El problema era todo lo demás.

–Hum… sí, supongo que sí. Es la primera vez que pruebo el stew, así que en verdad no sabría decirte si está bien así. De todas formas, en realidad no tengo tanta hambre –mintió– así que paso, gracias.

Colin se sirvió un abundante plato para él y ella se sentó a su lado con un té, demasiado desanimada como para preparar nada. A los pocos minutos bajó Armando. Hizo una mueca de repulsión al fijarse en la comida.

–Puaj, otra vez preparaste stew. Tendrías que pagarme unos cuantos euros para volver a comer esa asquerosidad… ¿Qué tal tu día, Sara?

–Agotador… Conocí la universidad, preparé las primeras clases y tuve una reunión con Stephen.

–Ah, así… Vas a trabajar con el novio de Fran –Armando meneó la cabeza como si lo lamentara–. Mi más sentido pésame. Dicen que cualquier mujer que esté cerca de Stephen muere de aburrimiento –miró a Colin–. ¿Has visto a Fran?

–No va a llegar; me dijo que hoy se quedaba con Stephen… A veces nos cuesta coincidir a la cena –le explicó Colin a Sara–. A Fran muchas noches no la vemos porque se queda donde su novio, Armando se va por ahí en plan mujeres, Daniel parte a su pueblo y yo a veces me quedo a dormir donde Shannon, mi novia.

Sara se fijó en la tenida deportiva de Armando.

–No parece una noche de plan mujeres para ti. ¿Vas a entrenar?

–Sí, a jugar rugby con Daniel. Pertenecemos a una liga y estamos en pleno campeonato.

Se le apretó el estómago al escuchar el nombre de Daniel. Antonio no era el único con quien debía hablar. Deseaba disculparse con su compañero de casa por no haber ido de frente con la verdad cuando lo conoció.

                –¿Sigue molesto? –le preguntó a Armando.

                –Menos; ya se le pasará.

Los pasos firmes de Daniel bajando la escalera cortaron el tema. Cuando entró a la cocina, hizo un frío asentimiento general a modo de saludo.

–Hola –le dijo Sara nerviosa.

–Buenas –respondió casi sin mirarla–. ¿Estás listo, Armando?

–Listo.

Colin señaló la olla.

–¿No alcanzan a comer antes del entrenamiento? Preparé mucho stew para todos.

Daniel intercambió con Armando una mirada significativa antes de contestar:

–Gracias, Colin, pero ya estamos atrasados.

El estómago de Sara hizo un rugido de hambre, provocando que el cocinero la observara con curiosidad.

–Qué raro, Sara. Cuando probaste mi stew dijiste que no tenías hambre.

                –Sí, bueno… no tengo demasiada hambre –contestó enrojeciendo.

                Armando soltó una risotada antes de salir de la cocina. Daniel, en cambio abrió el refrigerador y sacó un bocadillo y una manzana. Luego anotó algo en una servilleta. Puso todo en un plato que le tendió a Sara con expresión seria y luego se encaminó hacia la salida.

Sara observó el plato sin salir de su asombro y leyó lo que había escrito en la servilleta.

«Colin es un cocinero fatal, pero no quiero que te mueras de hambre. Si necesitas algo más, toma lo que quieras del frigorífico».

Una dulce sensación entibió el pecho de Sara y se paró de un salto para alcanzar a Daniel antes que se fuera. Lo encontró mientras cerraba la puerta principal.

–Gracias –ella le dedicó una sonrisa tímida.

El rostro de su compañero se mantuvo inexpresivo.

–De nada.

–Sé que vas de salida ahora, pero me preguntaba cuándo tendrías algo de tiempo… Me gustaría hablar contigo.

Él se quedó observándola en un prolongado silencio. Sara ya estaba convencida de que iba a negarse, pero de pronto Daniel dijo:

–¿Vas hoy a la presentación de Colin?

–Sí.

–Llega antes que los otros. Hablaremos ahí.

Sin agregar más, Daniel abandonó la casa, dejándola con la sensación de no entenderlo en absoluto. ¿Cómo era Daniel realmente? ¿Frío y testarudo? ¿Encantador y generoso? Ese hombre era un verdadero misterio. Preocupada como estaba en sus propios asuntos, no notó las ganas de descifrarlo que crecían  su interior.

Si quieres seguir leyendo esta apasionante historia, debes estar atenta ya que pronto podrás leer el capítulo 4!

 

Para descargar el libro completo, pincha aquí.

Por: Amanda Laneley

3 CHAPA_LO_QUE_AMO_DE_DUBLIN_FINAL_ SÍ