A medida que pasa el tiempo y el prontuario de relaciones “fallidas” va aumentando (o se hace más evidente), parece  inevitable comenzar a cuestionarse ciertas cosas: si efectivamente la culpa siempre la tuvo “el otro”, si habremos sido muy exigentes,  muy brujas, muy “pegotes”, o quizá muy “poco pegotes”.

¿Por qué el cuestionamiento?

Francamente no lo sé, puede que sea un proceso de sanación interna y quizá hacer un “remember” de con qué nos quedamos y que desecharemos para siempre. En fin, nos cuestionamos cuando y desde que momento de nuestras vidas, comienzan a pasar todos aquellos extraños fenómenos de los cuales, siempre hemos terminado por cargar en el bolsito de las “culpas, verguenzas e inseguridades”.

Cómo no olvidar  la  pubertad, a eso de los 13, la repulsión era nada más y nada menos a los “vellitos” que comenzaban a crecer y el pavor que esto provocaba cuando nos veíamos enfrentadas a esa extraña sensación de entrar al “box depilatorio” y encontrarse “face to face” con esa cosa café verdosa que sabías, sería tu compañera de por vida. Esa inevitable reacción, de taparse las piernas cuando un compañerito se acercaba a hablarte, “por si acaso” se veían los estragos de la “falta de cera”. Y para que decir la cotidiana duda, de si era “sólo yo” la que se percataba de esa “pelusa oscura” que posaba en mi bigote y me hacía levantar automáticamente la mano y taparla para que nadie más fuera testigo de ella.

La adolescencia, y con ella las espinillas, piel brillosa, hormonas vueltas locas, los cambios en el cuerpo, los veranos sin poder bañarse (por que “se me quedó el traje de baño en la casa”), y el miedo de usar tampones porque podríamos perder la virginidad. ¡Cuánta ignorancia! pero claramente, parte de este extraño y nuevo proceso.

La etapa del medio, ¡PEOR! ni “lola” ni “vejestoria”, donde la cajera del supermercado no sabe si llamarte “señorita” o “señora” y uno sale cabizbaja porque no tiene ni anillo en el dedo, pero te “rezaron” un “son 5.500 señora” en la cara.

¿A quién responzabilizamos hoy de todo esto?

Es aquí donde comienza el femenino proceso de auto-cuestionamiento, donde las culpas y vergüenzas salen a la luz tras esas conversaciones de diván y psicoanálisis, con copita de champagne en mano, y con las más capacitadas psicoanalistas;  las amigas. “Qué he hecho mal todo este tiempo?”  “Estoy repitiendo los mismos patrones?”  “Es que yo no sé elegir bien, nuevamente me apuré mucho”… Y así aparecen preguntas, juicios y afirmaciones que hoy apuntan más a hacernos cargo, que tirarle la culpa a los caballeros.

Siempre he sido de la idea que parte de la objetividad viene del auto-conocimiento. En otras palabras, ¿cómo vamos a tomar decisiones correctas si no nos damos el tiempo para explorarnos? Parte de este proceso comienza con una búsqueda de identidad (quizá con la autoestima ya algo pisoteada) pero que desde este cuestionamiento sobre lo que hacemos, hicimos y dejamos de hacer, se van definiendo nuestras nuevas formas de relacionarnos en lo amoroso.

Pero ¡wait a second!, seamos justas; me parece perfecta esta actitud introspectiva de adjudicarnos responsabilidad en lo ocurrido, ya sean fracasos o aciertos, sin embargo en lo que respecta a relaciones de pareja, debo reconocer que la culpa siempre es compartida y para ser honesta, creo que muchos de ellos lo saben perfectamente y lo asumen con sabiduría. La gran diferencia es que no se cuelgan carteles de “mártir” “culposa” “culpable” o “víctima” -a diferencia de nosotras- etiquetas que se “huelen” a más de 50 metros de distancia y ellos se han vuelto expertos en percibir.

¿A qué voy con todo esto? A algo muy sencillo; “Un hombre con un mínimo de inteligencia emocional e intelectual, valorará una mujer capaz de reconocer sus debilidades y responsabilizarse de sus decisiones, de sus fracasos y de su vida”. Ya sabemos que una mujer  que anda de “víctima y culposa” por la vida, no atrae a nadie, sino más bien repele. Y sigue entregándole a ellos la sensación de “ser quejonas y complicadas” y devolviéndoles el rol de seguridad y protección absoluta.

Sin duda hemos cometido errores, algunos más graves que otros, muchos detonados por nuestro mal genio, falta de paciencia y hormonas, pero otros también, gatillados por hombres que son expertos en sacar lo peor de nosotras.

No se trata de ser cabronas o feministas, ni menos aún de masculinizarnos y ponernos a la par con ellos, sino de buscar el justo equilibrio, ser más justas en nuestros propias derrotas y, sobretodo, no hablar más de la cuenta… ya que no se olviden nunca…. Por la boca muere el pez.

MPB: Nos acompañará todos los viernes con la visión de una mujer común y silvestre sobre vivir la vida!