Hace poco tiempo atendí un caso bastante sorprendente.

Una mujer de 32, que lleva 7  años emparejada a un hombre quien lleva esos mismos 7 años maltratándola. Llama a la fundación (donde trabajo en las mañanas) un día viernes, bastante angustiada. Conversamos un rato para tratar de calmarla y lograra explicarme la situación en la que se encontraba, con el fin de poder buscar alguna solución efectiva y rápida. Sin parar de llorar me comenta: “hoy es viernes,  sé que a las 4 de la tarde mi pareja sale del trabajo, se va a tomar cerveza con sus amigos y llega borracho a buscar una pelea. Yo le prometo que no le digo nada, trato de ni siquiera mirarlo, pero él siempre encuentra algo para empezar a pegarme. Señorita, el viernes pasado llegó, me agarró del pelo, me digo que era una “chancha asquerosa” y comenzó a sacarme la ropa mientras me golpeaba. Hizo lo que quiso conmigo y luego me dejó desnuda en el patio de mi casa sin poder entrar. No sé que hacer, por favor ayúdeme”.

En estos 7 años ella no ha podido cortar la relación, él ha logrado hacerla sentir culpable por todo lo que ha sucedido, y ella asume sin dudas su culpabilidad. Ha habido fractura de cadera, desprendimiento de córnea, en fin, huellas dolorosas de una historia que no sabe cómo cortar. Cuando la conozco en persona, es una mujer bonita, muy delgada ya que los repetitivos “chancha asquerosa” han tenido un efecto directo sobre su imagen corporal y al establecer contacto visual con ella, uno pareciera removerse de ver tanta tristeza en alguien que debería estar disfrutando de su vida. Su historia de niña es calcada (que normalmente sucede), una madre golpeada y un padre alcohólico que se encargó de dictar el poder de su hogar a través del miedo y el maltrato.

Ella aprendió a ser mujer desde ahí, y cortar eso, es un trabajo bastante minucioso y dedicado. Reparar una historia de violencia se puede, pero cortarla, no pasa por ahí. Intervenir con las niñas, las hijas de estas mujeres, las futuras mujeres de nuestro país,  es dar un paso para el verdadero corte. Mostrarles que la resolución de conflictos y la negociación en un vínculo de pareja, no pasa por la sumisión y la aceptación de lo que se siente no aceptable, sino por el respeto mutuo y el diálogo efectivo. Si no partimos por educar a nuestras futuras mujeres, es bastante probable que el número de femicidios en Chile, que hasta noviembre del 2010 llegó a 37 casos, siga sumando a futuro.

El caso está en manos del Servicio Nacional de la Mujer, que fue bastante rápido en prestar ayuda y disposición apenas establecí el contacto para la intervención multidisciplinaria de esta paciente.

Insisto, para cortar este terrible círculo de violencia, hay que comenzar desde el principio; educando a los futuros hombres y mujeres de nuestro país.

Nerea de Ugarte López