Es un cliché y es absolutamente cierto: uno realmente conoce a los amigos en momentos duros. Cuando pierdes a alguien muy cercano, cuando te meten preso, cuando te quedas sin pega, cuando quiebra tu negocio, cuando te divorcias. Es un test ácido increíblemente eficiente. Me pasó hace veinte años cuando murió mi viejo: algunos de mis mejores amigos dejaron de ser tan cercanos porque no estuvieron a la altura y otros, que hasta ese momento eran sólo conocidos con cariño, se transformaron en hermanos inseparables hasta hoy.

Me pasó también hace un par de semanas, cuando mi hijo recién nacido estuvo en la UCI, o hace pocos días, cuando andaba bajoneado por ciertos cambios en mi vida. Uno de mis mejores amigos, que gana menos que yo, al verme algo compungido por temas financieros me ofreció parte de sus ahorros para que no tuviera que pedirle plata al banco. No fue necesario aceptar la oferta, pero su gesto me quedará grabado para siempre.

Una de las cosas más lindas que tiene la amistad post 40 es que ya hay suficiente recorrido para poder saber cuáles son esas personas que seguirán contigo hasta el final. Ya sean del colegio, la universidad, el trabajo o la vida, después de los cuarenta hay menos amigos, pero son los mejores. Son amigos de sangre, gente que te quiere con cada uno de tus defectos, la familia que sí elegiste para tener una existencia más rica. Estos amigos de la adultez no se enojan porque pasaron dos semanas y no hubo llamados: miden el vínculo por la intensidad y el cariño, no por la cantidad de veces en que se marca tarjeta. Los amigos cuarentones reciben consejos agradecidos, porque saben que no están siendo juzgados, porque entienden que uno sólo intenta ayudar y no calificar.

Hagamos el ejercicio inverso. Un hombre o una mujer de nuestra generación que no tiene amigos, necesita terapia a la vena. Y que quede claro, cuando escribo amigo me refiero a eso, a un amigo de verdad, a un compañero de experiencias, a un ser con el cual hemos generado una comunidad de destino a lo largo del tiempo, a una persona a la cual queremos con el corazón, a quien muchas veces admiramos y al que siempre le deseamos el bien. Tener más de 40 y no tener al menos uno, dos o tres amigos (pueden ser hombres o mujeres, pero es más fácil hablar en masculino) es síntoma de narcisismo, de soledad, de trancas harto más serias que las que ya tenemos los que sí hemos cultivado amistades. Es tan triste como tener muchos amigos. O es lo mismo. Porque, habitualmente, quien carece de amigos-hermanos llama “amigos “a personas que conoce en fiestas o bares o cumpleaños y que vuelve a ver solamente en fiestas o bares o cumpleaños. En mi opinión, después de los cuarenta los verdaderos amigos debieran contarse solamente con una mano. Máximo. Eso no impide ni desmerece tener altísima estima por muchas otras personas. Pero los amigos con mayúscula necesitan de tiempo y de traumas en el cuerpo para obtener la distinción. Es como el cuarto Dan en Karate: ni siquiera un genio de ese arte marcial lo puede recibir en forma express, pues requiere tanto de destreza como de sabiduría, tanto de golpes como de frustraciones.

Por eso, cuando es pura y dura, la amistad es una medalla que cuesta conseguir y que sólo se puede recibir. No sirve buscarla en forma unilateral, no se compra, no permite atajos y aquí jamás gana el más vivo. La amistad profunda –voy a hablar de la que se da entre hombres, porque para las mujeres esto no es novedad- es el resultado de una forma de atracción. Sí señor, tal como lo escucha. A usted, de alguna manera u otra, le atrae su amigo. Se siente cómodo con él, tienen muchas cosas en común, les gusta pasar tiempo juntos y, cuando lleva un buen rato sin saber de su amigo, lo extraña. Pero tranquilo, eso no hace tambalear su virilidad, sólo demuestra que usted es capaz de querer a otro hombre como un hermano. Que, aunque no conozca el significado exacto de estos conceptos, en su relación de amistad hay desprendimiento y empatía. Que tiene capacidad de dar y recibir amor. Y que usted, señor de cuarenta y tantos, puede tener la seguridad de que al menos una cosa la está haciendo bien en su vida.

Por Rodrigo Guendelman

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