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Rodrigo Guendelman: ¿Cuáles son tus planes para el próximo año?. Maldita preguntita. ¿Cuál? La que le da el título a la columna. Es típica de estos días, justo al filo del año nuevo, cuando entre tanta comida familiar y de amigos, aparece la voz de la conciencia, del súper yo, representados en el tío lejano, el primo que no ves hace meses o algunos de esos amigos que tienen todo calendarizado desde enero a diciembre.

Les parece lógico, evidente y hasta educado someterte a esa pregunta inquisidora con respecto al corto y mediano plazo. ¿Qué tienes pensado para el próximo año? ¿Qué metas te has puesto? ¿Cuáles son tus proyectos para el 2014? ¿Por qué no me cuentas de tus objetivos para este nuevo año? ¿Cuáles son tus planes? ¿Tus objetivos? ¿Adónde quieres llegar? Uff.

A mí, al menos, el tema me pone sumamente nervioso. Me molesta. Me empelota. Por varias razones. En primer lugar, porque no sé y nunca he sabido pensar así. Es decir, con metas, con carta Gantt, con programa, con metodología. Y supongo que no soy el único. Hasta hace poco, antes de que tomara conciencia acerca del asunto, sentía un bajón de autoestima cuando me hacían la pregunta.

Como no tenía una respuesta pensada ni preparada ni estudiada, me sentía culpable de no poder contestar algo conciso, macizo y que dejara satisfecho a mi verdugo sicológico.

Y me quedaba enrollado por un par de días, autotorturándome con más de lo mismo: ¿Cómo puede ser que no sepas lo que quieres? ¿Te puede ir bien en la vida si no tienes metas claras y establecidas? Fueron necesarias algunas sesiones de terapia para entender que los seres humanos funcionamos de maneras muy diversas y que, dentro de esa multiplicidad, existe un grupo que podríamos llamar “los tomadores de oportunidades” que basan su capacidad en, justamente, no estar predeterminados por metas y plazos.

Su fortaleza es la flexibilidad. Son alérgicos a tener jefe único. Tienen una necesidad compulsiva por la libertad. Y aborrecen los planes y las estrategias redactadas en Times New Roman. Vamos a la segunda razón.Entre los vicios de nuestra idiosincrasia está la pésima costumbre de meternos demasiado en la vida del otro. Así como en Europa no es llegar y preguntarle a una compañera de oficina si pololea o está soltera, en Chile resulta de lo más normal encuestar al pariente o al amigo acerca de sus planes de vida.

Me parece una pésima costumbre. Una que hay que erradicar. Rápido. Pues, salvo que sea en el contexto de una conversación que justifique el tema, ¿quién diablos se cree el personaje que decide evaluarnos con esa especie de test ácido del éxito profesional?

Y esto se une con el tercer argumento. Tan exitonormativos estamos, tan idiotizados con eso de que “hay que hacerla” y rápido, tan obsesionados por creer que el auto nuevo es sinónimo de triunfo, tan centrados en el beneficio de corto plazo, que desafortunadamente la mayoría de las veces la pregunta sobre cuáles son tus planes para el próximo año no es otra cosa que cómo te las vas a arreglar para ganar más plata.

¿Qué pasa si contesto que el 2014 es el año en que no quiero perderme ninguna exposición de los mejores museos de la ciudad? ¿O si digo que el  próximo año prometo observar y oler y escuchar con más atención que nunca mientras camino por las calles de Santiago? ¿O si confieso que una de mis grandes metas es sentarme en el doble de cafés mientras leo el doble de revistas?

¿Alguien creerá que estoy hablando en serio? ¿Alguien tomará en serio esas respuestas? Seguramente sí, más gente de la que imagino, pero estoy seguro de que quienes pueden empatizar con esas frases no son los que preguntan de manera ultrarracional, ultracopuchenta y ultraenfocados en el éxito acerca de las metas para el año que se acerca.

Es más, dudo que tengan la palabra “meta” en su vocabulario cotidiano, así como tampoco la tan de  moda “veinticuatrosiete”.

Por favor, si es de los que anda jugando a la inquisición existencial con los demás, este martes,  en la comida de Año Nuevo, acuérdese de que usted es dueño de su silencio, pero esclavo de sus palabras. En buen chileno, quédese callado.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl