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Rodrigo Guendelman: “El (desgraciado) mito de la belleza femenina”. Hace poco más de treinta años, Dustin Hoffman protagonizó Tootsie, película en la que interpretaba a un hombre desempleado que se disfrazaba de mujer para conseguir trabajo.  Al ser entrevistado en 2012 contó, entre lágrimas, la huella que le dejó haber interpretado a una mujer poco agraciada físicamente: “Al verme en pantalla, me parecía que era una mujer interesante y sé que si la conociera (a Dorothy, su personaje en Tootsie) en una fiesta, jamás hablaría con ella porque no se ajusta a las demandas físicas que nos han hecho creer que las mujeres deben tener para que les pidamos una cita. Ha habido muchas mujeres interesantes que no he tenido la experiencia de conocer en esta vida porque me han lavado el cerebro”. Lo que más afectó a este actor fue constatar  “lo que se siente al ser alguien que la gente no respeta por las razones equivocadas”.

Hace poco más de veinte años, la estadounidense Naomi Wolf publicó El mito de la belleza, un golpe de cátedra acerca de la belleza contemporánea como a) un imperativo sociocultural que esclaviza a las mujeres y b) un contraataque al feminismo, al usar la necesidad de ser atractivas como un arma política para mermar el poder que ellas han logrado en sus recientes décadas de empoderamiento. No es casualidad, dice Wolf, que al mismo tiempo que las mujeres crecían en igualdad y libertad, justo cuando empezaban a romper la barrera de las estructuras del poder,  los desórdenes alimenticios se multiplicaran y la cirugía plástica se volviera la especialidad médica de más rápido crecimiento.

Una mirada parecida tiene la siquiatra y bloguera Ibone Olza, quien sostiene que “por culpa de la presión para estar más delgadas, una legión de mujeres brillantes en vez de comerse el mundo y llegar donde les dé la gana van a pasar casi toda su existencia amargadas, peleando contra sus cuerpos, haciendo dietas, operándose, sufriendo mucho o incluso muriendo demasiado pronto.

Y sobre todo, esa legión de mujeres no va a tener fuerza, energía ni ganas de competir con sus rivales masculinos, no va a alcanzar puestos de poder ni va a poder rebelarse ante la tiranía de la belleza. Van a vivir sumisas, anuladas o domesticadas”.
Fuerte, ¿no? Exagerado, dirán algunos. Hay cifras para pensar que no lo es. En un excelente artículo titulado “Victoria’s Secret, el mito de la belleza ideal y los efectos del sexo en la publicidad”, se muestra cómo los medios de comunicación en EE.UU. son cómplices directos de este paradigma estético: 94% de las mujeres que salen en televisión en ese país son más delgadas que la mujer promedio y 75% de las revistas femeninas incluye por lo menos un anuncio o artículo de cómo modificar la apariencia a través de dieta, ejercicio o cirugías cosméticas. Por eso, no es sorpresa que la Asociación Americana de Obesidad informe que el número de insatisfechas con su imagen corporal alcanza 90%. Pero no necesitamos seguir mirando cifras internacionales. Basta preguntarle a cualquier chilena si está contenta con su cuerpo y su cara. La respuesta será, en la mayoría, un no rotundo, sin importar en lo más mínimo cuán preciosa y guapa la encuentre su interlocutor (especialmente si es su pareja).

En 1992, Naomi Wolf explicaba en su polémico libro que “se requería urgentemente una ideología que hiciera sentir a las mujeres desvalorizadas para contrarrestar la manera en que el feminismo había empezado a hacernos sentir más valiosas. Esto no requiere de una conspiración, solamente de una atmósfera”. Una especie de último esfuerzo de los hombres para conservar la dominación masculina. Un último aliento que logra que ellas se juzguen a sí mismas según parámetros inalcanzables, que afectan negativamente sus vidas porque sienten “una obsesión con el físico, un terror de envejecer y un horror a la pérdida de control”. Puede ser. No me cabe duda de que, a lo menos, nosotros hemos sido cómplices pasivos. Yo lo soy cada vez que publico en redes sociales una foto de Emily Ratajkowski, esa mujer de otro planeta, imposible, peligrosa para sus pares tanto por lo hermosa como por lo flaca (claro que, contradiciendo todas las leyes biológicas, pechugona y potona).

El asunto es que, seamos los hombres los malos de la película o no, me parece que son las mujeres las que deben iniciar la batalla para romper el paradigma y, como dice Wolf, comenzar a tener “la posibilidad de hacer lo que deseen con sus caras y cuerpos sin ser castigadas por una ideología que usa actitudes, presión económica e, incluso, sentencias judiciales sobre la apariencia de las mujeres para minarlas sicológica y políticamente”. Para eso, tres ideas. Primero: seguir el consejo de una conocida marca de jabones que dice “habla con tu hija sobre la belleza antes de que lo haga la industria”. Segundo: recordar la cebollenta pero útil frase de Bob Marley que dice que “la curva más hermosa de una mujer es su sonrisa”. Y, tercero, enmarcar esta tremenda frase de Wolf: “la dieta es el sedante más potente de la historia de las mujeres”.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl