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rodrigo guendelman sin señora

El dato es tan revelador como demoledor. A partir de este año, el Sildenafil (principio activo del Viagra) pasó a formar parte de la canasta básica del IPC, “pues ya es parte de los hábitos de consumo de los chilenos. El requisito para que estén dentro de la canasta es que representen más de un 0,2 % del gasto y que, además, esté presente por lo menos como ítem de consumo en cuatro quintiles de ingreso, por lo tanto es bastante consumido por los hogares chilenos”, explica Lenka Carvallo en su libro Descolocados, recientemente publicado. Y agrega otra información: sólo en 2012 se vendieron ocho millones de pastillitas azules.

Fantástico, dirá usted, la gente de la tercera edad lo está pasando chévere, ¿cuál es el problema, entonces? Uno muy simple: la gente mayor hace rato que dejó de ser la única que compra Viagra, Cialis, Levitra o cualquiera de las marcas genéricas que se asemejan a estos tres colosos de la disfunción eréctil. No sólo eso. Ahora son los hombres jóvenes los principales usuarios. Y no se trata sólo de treintañeros: los adolescentes compiten muy de cerca.

“En mi experiencia clínica, el peak de consumo es entre los 25 y 35 años. Pero en los últimos años, como ha bajado el precio de los genéricos, los más jóvenes y adolescentes también pueden acceder al Viagra y lo han incorporado al pack del carrete, digamos, junto con el alcohol y los cigarros”, dice el sicólogo y terapeuta sexual Francisco Pérez Deney, en un reportaje de revista Paula.

A mí me parece grave. Muy grave. Porque el Viagra es como el buen café de grano. Es decir, una vez que lo pruebas ya no quieres seguir tomando del instantáneo. Lo mismo pasa con el Vardenafil (Levitra) o el Taldenafil (Cialis). Cuando has tenido relaciones sexuales con una pequeña ayuda de estos amigos, ya no quieres volver a ser el de antes.  Y eso, que parte como una choreza, pronto pasa a ser dependencia,  y por ende, adicción.

“Es el fin del macho infalible. Desde que la mujer empezó a exigirle que expresara sus sentimientos, ellos comenzaron a mostrar vulnerabilidades y a decir que están cansados, que no quieren hacer el amor. Se sienten con derecho”, cuenta la sexóloga Raffaella Di Girólamo en el muy buen libro de Lenka Carvallo.

Yo sumaría otra cosa: la misma mujer que empezó a exigir sentimientos en el hombre, espera ahora su dosis mínima de orgasmos. El orgasmo se transformó en un derecho femenino y ese nuevo “deber” masculino puso a varios entre la espada y la pared. Asustados, perplejos, tremendamente inseguros de sus capacidades amatorias, los hombres empezaron a buscar ayuda en estos remedios terminados en “denafil”.  Y si ya la masculinidad estaba en crisis, la virilidad se empezó a caer por el abismo. Un paréntesis semántico.  Todo parece indicar que la palabra “vir” (latín) procede de “vis”, cuyo plural es “vires” y significa fuerza, vigor corporal, ímpetu y que se ha usado para nombrar a los genitales.  Cierre de paréntesis. Lo anterior es importante para explicar que, si bien la masculinidad es un universo más amplio, la virilidad es la parte de esa masculinidad centrada en la potencia sexual.  Justamente eso que hoy está tambaleando.

Ahora bien, ¿son las mujeres y su nueva actitud frente a la vida las responsables de esta crisis masculina? Para nada. O, más importante aún, da lo mismo. Somos nosotros, los hombres,  los únicos responsables de hacernos cargo y de aprender lo que nuestros padres y abuelos no tuvieron que saber porque nunca les importó. Me refiero a algo tan relevante como colmado de retribuciones: gozar y hacer gozar, conocer nuestro cuerpo y el de ellas. Pero no sirve hacerlo con sucedáneos, con químicos, con pociones mágicas. Me da una enorme pena que hombres de menos de 50 años estén consumiendo Viagra de manera tan compulsiva, cuando lo que se necesita es mirarse, entenderse y trabajarse.

¿No te la puedes con tu pareja? Entonces lo que necesitas es comprender por qué, no tomar el atajo para atacar el síntoma. Es cierto, cuando una mujer nos exige, a veces los hombres tendemos a perder la confianza, sentimos ansiedad, nos asusta no poder responder. Si eso pasa una vez o un par de veces, es normal, explican los especialistas. Y si se repite, bueno, para eso hay algo que se llama terapia. Vale un poco más que la pastillita azul, pero en vez de tener un efecto de cinco horas, dura toda la vida.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl