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Después de leer trescientos artículos sobre temas de género, hablar con muchas mujeres, estar casado hace más de cinco años y usar las redes sociales para escarbar en esta inquietud, me atrevo a proponer humildemente una lista de actos, hechos y cosas que, hoy en día, ellas esperan de nosotros. Algo así como lo que las mujeres necesitan…de sus hombres, aunque el verbo pueda parecer algo extraño, considerando que cada vez nos necesitan menos.

La idea de esta columna me vino a la mente hace algunos días, cuando entrevisté al psicólogo y escritor argentino Gabriel Rolón. Frente la pregunta de porqué hay tanto interés por el psicoanálisis en Buenos Aires, este terapeuta que ha vendido más de medio millón de libros explicó que la capital de Argentina es una tierra hecha de ausencias, de inmigrantes que han dejado sus países o ciudades de origen para llegar hasta allá, y que eso produce personas que saben escuchar. Y dio como ejemplo el relato que le hizo un compatriota que vive en España, quien compartió con él la siguiente confesión: “No sabés lo bien que ayuda eso para levantarse mujeres, porque acá nadie les pregunta “qué te pasa?””.

Entonces, vamos directo al punto uno: lo que una mujer quiere es que la escuchen. Pero en serio. No haciendo como que la oímos mientras trabajamos en el PC, tuiteamos en el celular o miramos el partido de fútbol.  Cada vez me convenzo más de que las mujeres dejan a sus maridos porque estos llevan mucho tiempo sin ponerles atención, sin darse el tiempo de escuchar antes que hablar, de preguntar antes que sugerir una solución, de empatizar antes que resolver. Y claro, a los hombres nos han entrenado con metáforas idiotas referidas a las mujeres, como el slogan de esas zapatillas ochenteras que “se portan bien cuando la tratan mal”. Nunca ese concepto fue más falso que ahora. Una mujer que tiene trabajo y autoestima jamás aceptará a un tipo que juegue al macho rudo. Hoy, las féminas empoderadas lo que realmente valoran es la capacidad masculina de entrenarse en habilidades blandas. Un tremendo desafío para los hombres que en el disco duro y en el ADN todavía llevamos al guerrero, al cavernícola con el garrote, al forzudo que sobrevive a punta de puño.

¿Qué más necesitan las mujeres? Un partner, no un proveedor. Obvio, mucho mejor si tengo una buena pega y me va bien, fantástico si cada vez que vamos a comer a un restaurante juego al caballero y la invito, pero hasta ahí llega la cosa. Aportar el principal sustento económico siendo hombre, en la actualidad, es cada vez menos obvio y cada vez menos relevante. Ellas buscan un compañero de vida, un tipo que antes que estabilidad financiera, les de seguridad emocional, como dice la especialista Marina Subirats. Esta española, socióloga y filósofa, es dueña de frases tan potentes y atemorizantes (para los machos) como “mientras las mujeres han cambiado a una velocidad abismante, los hombres se han quedado obsoletos”. O “los hombres buscan mujeres que ya no existen y las mujeres buscan hombres que todavía no existen”. Duele leerla, pero no deja de tener razón.

Y resulta que estas mujeres 2.0, estas chicas que hicieron F5 hace mucho rato, andan buscando cosas tan distintas y tan fundamentales como las siguientes: contención (palabra que en el vocabulario masculino es tan usada como pedicure), placer (no sexo: placer es algo mucho más extenso y legítimamente ambicioso), confianza (se aburrieron hace rato del tipo que va a comprar cigarros y no vuelve), igualdad (algo que los hombres muchas veces sólo decimos de la boca para afuera) y ayuda doméstica (ni siquiera nos piden que hagamos todo lo que ellas hacen en la casa, pero sí que ayudemos en todo).

El eje del poder ha cambiado, el paradigma es otro, y los hombres estamos más presionados que nunca en la historia a reinventarnos para seguir siendo interesantes, atractivos y deseables. Otra demanda fundamental: hoy una mujer quiere que su pareja, además de ser su amante, sea su amigo, su cómplice. Suena bonito, pero para nosotros, educados como cazadores que persiguen mamuts, como niños que no lloran, el asunto no es nada de fácil. Es más, implica trabajo e inversión. Por ejemplo, en una larga terapia. En libros que eduquen, aunque sea en una primera capa, las emociones. En hablar con más mujeres para entender mejor cómo piensan y qué quieren. Capacitación, le llaman. ¿Qué tal si creamos un nuevo código Sence?

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl