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En Chile tenemos Presidenta de la República y del Senado. Dos mujeres lideran el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Es más, la elección presidencial fue entre dos mujeres. Y no sólo eso. Hasta la presidenta de la CUT es mujer. No cuesta nada, por ende, asumir que el empoderamiento femenino en el país es un hecho. Más aún cuando hay tanto hombre desorientado y perplejo frente a esta chilena 2.0, es decir, independiente, resuelta y demandante de sus derechos. El espejismo es casi perfecto. Pero es eso, un espejismo.

¿Por qué un Festival de cine de mujeres? le preguntan siempre a la directora de FEMCINE, evento que hace poco finalizó su cuarta edición en Santiago. “Porque menos del 20% de la producción audiovisual que vemos en cine o televisión está dirigida por mujeres, algo que pasa en casi todas las áreas, pues las mujeres tienen una participación menor en los liderazgos de casi todas las actividades. Aparecemos menos en los altos puestos de las empresas e instituciones, en la ciencia, en la academia y en tantas otras áreas”, explica Antonella Estévez. Así es.

Veamos: las tasas de participación de mujeres chilenas en cargos de liderazgo político institucional o en partidos políticos son las más bajas de la OCDE. En el ámbito laboral rondamos el 45%, en contraste con el 75% de países como Estados Unidos. Y, para las mujeres que trabajan, hay una brecha salarial que varía entre 30% a 35% respecto de los hombres con igual calificación e igual cargo, una de las mayores del mundo. Un estudio dice que en cargos académicos, así como en espacios de opinión en columnas y medios de comunicación, los hombres superan el 80% de presencia. Y, para colmo, las chilenas son víctimas de violencia: somos el cuarto país de Latinoamérica con más femicidios.

Primera conclusión: si bien hay un avance indiscutible en las últimas décadas, los árboles, léase Michelle Bachelet/ Isabel Allende/ Bárbara Figueroa, no dejan ver el bosque, es decir, ese gran número de mujeres que siguen siendo discriminadas en el mercado laboral. Sigamos. El problema no es local sino global. Si bien las tasas de Chile son de las peores, eso no significa que en países más desarrollados la realidad sea miel sobre hojuelas (nunca he sabido qué son las hojuelas, ¿usted sí?). Un paper de 1997 de las investigadoras Claudia Goldin, de la Universidad de Harvard, y Cecilia Rouse, de Princeton, llamado Orquestando la imparcialidad: el impacto de las audiciones “ciegas” en los músicos femeninos, demostró que hacer audiciones musicales “ciegas”, es decir, sin saber quién interpreta el instrumento, elevó en 50% la contratación de mujeres en las orquestas sinfónicas de Estados Unidos. Antes de eso, en los 80, ser mujer y tocar en una orquesta era casi una contradicción. Bien lo sabe Abbie Conant, trombonista de la Filarmónica de Munich, que quería ser eliminada del equipo por el director. “Usted es mujer y una mujer simplemente no tiene la capacidad para liderar un grupo, ni siquiera para accionar las partes de un trombón con energía”, le dijo el rumano Sergiu Celibidache, cuenta la periodista María Cristina Jurado en un artículo titulado Estereotipos: el enemigo silencioso. La trombonista, luchadora incansable, demandó al director y ganó. Claro que tuvo que esperar más de una década para volver a ocupar su puesto.

No es la única investigación académica al respecto. Está también “la historia de Jennifer y John”, dos personajes de un experimento que hicieron en la Universidad de Yale para indagar sobre sexismo en el mundo académico. En pocas palabras, se mandó un currículo con los mismos méritos a varias universidades, aspirando a un mismo cargo de laboratorio y la única diferencia era que la mitad de los CV eran de Jennifer, mujer, y la otra mitad eran de John, hombre. ¿Resultado? John recibió 4 puntos, en una escala del 1 al 7 y Jennifer apenas 3,3. Peor aún. El salario propuesto para él fue de US$ 30.328 frente a US$ 26.508 para ella. ¿Más? A Jennifer la discriminaron de la misma forma tanto las mujeres como los hombres consultados.

Segunda conclusión: en todas partes se cuecen habas. Aunque los números mejoran en naciones más ricas, las mujeres siguen muy abajo de los hombres en cargos de responsabilidad, desde directorios de empresas hasta sillones en el Congreso. La tarea por la igualdad, señoras y señores, está lejos de la meta. Me atrevería a decir, sin miedo a equivocarme, que recién parte. ¿Mujeres empoderadas? Más que antes, sin duda. Pero a varios años luz de una realidad que permita dormirse en los laureles.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl