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mujer fumando

Según la revista estadounidense Life, Edward Bernays es una de las cien personalidades más influyentes del siglo veinte. Seguramente el nombre no les suena. De hecho, yo recién descubrí a este señor hace un par de semanas. Les cuento: este publicista austríaco que se radicó en Norteamérica es el inventor de las Relaciones Públicas. Sobrino de Sigmund Freud, usó varios estudios de su tío acerca del inconsciente para aplicarlos al comportamiento del hombre como parte del grupo social. Uno de sus mayores logros en el campo de la manipulación de masas es haber dado con un anhelo de las compañías tabacaleras: que dejara de ser un tema tabú que las mujeres fumaran en público.

¿Cómo lo hizo? Se reunió con el psicoanalista más respetado de Nueva York, A.A.Brill, y éste le explicó que los cigarrillos simbolizaban el pene y el poder sexual masculino. El terapeuta le dijo que si podía encontrar algún modo de conectar los cigarrillos con desafiar al poder masculino, las mujeres fumarían porque tendrían sus propios penes. Acto seguido, Bernays creó una estrategia: en el multitudinario desfile de la Pascua de los Conejitos de Manhattan, un grupo de mujeres sacarían cigarrillos desde debajo de sus ropas de manera ostentosa. Bernays le informó a la prensa que había escuchado que un grupo de manifestantes iban a encender algo que llamaban “antorchas de libertad”. Y resultó un batatazo. Así, el cigarrillo se transformaba en un símbolo, en un sinónimo de libertad y de igualdad. Una mujer no fumaba, lo que en realidad hacía era encender su antorcha de libertad.

Estamos de acuerdo, Bernays era tan genio como peligroso. Pero lo cierto es que desde ahí en adelante, es decir en los últimos ochenta o noventa años, las mujeres no han parado de fumar. Especialmente las chilenas, que hoy ostentan tristes récords. Son las más fumadoras de Latinoamérica (37,4% según datos de la OMS) y, a nivel adolescente, tienen el primer lugar del mundo. ¿Por qué? Después de preguntar, leer e investigar, estoy convencido de que son varias las razones. Veamos.

Primero. En el inconsciente femenino sigue latiendo la llama de la libertad y la igualdad. Por más que lo nieguen y hasta los consideren absurdo, muchas mujeres fuman para golpear la mesa y dejar claro que ellas pueden hacer lo mismo que los hombres, cuándo y cómo se les de la gana. El fantasma de Edward Bernays no se exorciza fácilmente. De hecho, Chile es uno de los pocos países del mundo donde ellas fuman tanto como ellos e incluso los superan en ciertos tramos.

Segundo. Las chilenas  sufren de una ansiedad galopante. Como trabajan y son las jefas de hogar, como muchas veces sacan adelante a su familia sin ayuda de ningún hombre, como están recargadas de pega y responsabilidades, el pucho es lo más parecido a fantasear con un amante imaginario, a leer un par de páginas de las aventuras de Christian Grey y Anastasia Steele, a escaparse de la realidad, a volar por cinco minutos. Paradojalmente, el mismo objeto que las mata lentamente les da quietud, les da descanso.

Tercero. En la obsesión constante por bajar de peso que caracteriza al 99% de las mujeres (el otro 1% tiene amnesia), el cigarrillo aparece como un aliado para comer menos. “Porque sino me lo comería todo”, me dice una amiga en Twitter. En el fondo, volvemos al tema de la ansiedad, nos cruzamos con la depresión, intersectamos con el alto uso de Ravotril, chocamos con la impresionante cantidad de farmacias y el resultado es: o fuman o comen o se empepan. El tema es que con algo hay que relajar la vena.

Se ve a cada rato. Estás en un restaurante con un grupo de gente y súbitamente notas cómo un grupo de mujeres piden permiso, se levantan y se van a fumar a la calle. Aunque haga mucho frío. Aunque llueva. “Es que es tan rico fumarse un puchito”, te dicen. Así le llaman al veneno que las calma. Me cuesta criticarlas. Entiendo que optan por el mal menor: la probabilidad de un cáncer en el futuro versus la certeza de controlar el stress en el presente. Las arrugas y los dientes amarillos del después versus el dominio de la ansiedad ahora.

Cuarto. No sé si es mito o realidad, pero muchas mujeres dicen que el cigarrillo les ayuda con la digestión. Seguro que sí, pues las relaja, y eso sin duda debe contribuir. Pobrecitas. Están superadas. Atragantadas de roles y desafíos y demandas. Apenas tienen vida propia, intimidad, silencio. Y en ese miserable trozo de alquitrán encuentran su pequeño oasis. Un objeto que no les pide sino que les da un respiro. Aunque más tarde les quite la respiración.

Por Rodrigo Guendelman

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