Una destacada columnista de la Revista Mujer, a quien le tengo absoluto respeto profesional, escribió el fin de semana pasado un texto titulado “No hay hombres”. Su tesis es que las mujeres solteras se enfrentan a una sequía de hombres por alguna de estas cuatro posibilidades: a) no estamos a la altura, pues nos achicamos frente a las súper mujeres de hoy b) somos todos gay c) nos emparejamos con mujeres más jóvenes d) está lleno de hombres pero son ellas las que no nos ven.

Me atrevo a levantar el dedo, pedir la palabra y lanzar mi propia tesis. Es muy simple y bien distinta a la que suscribe mi querida colega: las mujeres siguen buscando al príncipe azul. Antes, en los tiempos de mis padres, ese noble se traducía en un tipo con trabajo, de buena familia, un mínimo de modales y razonables perspectivas de ser un proveedor que no fallara. Si después resultaba ser impotente, alcohólico, violento o cero empático, bueno, qué le vamos a hacer, era el costo alternativo de cumplir los sueños, el daño colateral de convertirse en princesa. Hoy día ya no les interesa casi nada de eso. Ha cambiado el mono, pero la fantasía se mantiene intacta.

El príncipe de azul de estos tiempos es un George Clooney con ganas de tener familia, un Ryan Gosling que priorice su relación de pareja antes que su carrera, un David Beckham que no se depile las cejas. O sea, justo lo que no puede ser. Lo que no existe. Eso les encanta a las mujeres de ahora. Y, claro, después dicen que no existen hombres. Por ejemplo, van a un bar de Vitacura y esperan, en alguna parte de su inconsciente, conocer esa noche y en ese lugar a un tipo sensible al que le guste el teatro y que no hable todo el rato de autos. A la semana siguiente van a ver una obra de arte clandestina a La Perrera y esperan, en alguna parte de su inconsciente, conocer esa noche y en ese lugar a un hombre que trabaje en un Fondo de Inversión y que sea poderoso. No para vivir de él, eso es ya no es tema, pero sí para poder admirarlo.

Seamos francos, los príncipes de antaño existían, pero la probabilidad de vivir una vida infeliz iba en proporción directa a la fantasía de las mujeres. Los príncipes de hoy, en cambio, no existen. Y mientras ustedes, mujeres, no sean capaces de cambiar el switch, o al menos de ajustarlo a la realidad, seguirán caminando con una venda en los ojos y quejándose de que no hay hombres. Mentira. Lo que no hay es esa mentira que antes les vendían con los cuentos de Disney y hoy se las venden en algunos comerciales.

Léanlo bien: no existe el hombre súper viril y tremendo amante y apasionado y sensible y mejor amigo y con pega admirable y ambicioso y fotogénico. No, apenas nos da para ser tipos que nos sacamos la cresta en el trabajo, amar a nuestros hijos y tener ganas de tener sexo una vez a la semana. Es lo que hay. Y es lindo. Y es suficiente. Nosotros no tenemos la culpa de que ustedes aspiren a hacer en su vida todo lo que sus mamás y sus abuelas no pudieron hacer en la suyas. No somos nosotros los tipos hostiles que aislaron al sexo femenino de la realización. Esos fueron otros hombres y otros tiempos. Hoy queremos vivir en dupla, ser iguales en lo importante (y distintos en esos pequeños detalles que las hacen a ustedes tan lindas y a nosotros, atractivos), crecer, sobrevivir y criar.

Si ustedes dejan de buscar lo que no existe y nos miran y son capaces de vernos, les esperan tipos que hemos aprendido a relacionarnos con nuestros hijos, que aunque a veces tomamos pastillas azules para mejorar la performance todavía somos más interesantes que los electrodomésticos que pretenden reemplazarnos, que siempre pondremos cara de babosos cuando las encontremos en el baño arreglándose para salir, que así como estamos repletos de evidentes defectos también sabemos cuidarlas, abrazarlas, contenerlas y quererlas. Aunque sea a veces. Mejor poco de lo bueno, pero que dure.

En fin, si dejan de navegar por las costas de lo imposible, de soñar despiertas, lo que pueden encontrar es menos glamoroso que en las películas pero es de verdad, de carne y hueso, con nuestro desorden, nuestras poncheras, nuestros tiempos de pensar en nada, pero también con esos brazos grandes que les sirven de refugio en momentos tristes, con ganas de quererlas y de aprender a ser pareja. Aquí estamos. No nos hemos ido. Hombres hay. Y somos muchos.

Por Rodrigo Guendelman

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