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Se dice afroamericano, no negro. Se dice orientación sexual, no condición sexual. Se dice persona con discapacidad, no discapacitado. Cuanto más desarrollado un país, más preocupación existe de parte de las personas y los medios de comunicación por cómo referirse a las minorías. Especialmente, cuando son éstas las que han definido la manera en que quieren ser llamadas. Detrás de las palabras hay razones. Hay investigación. Y hay objetivos.

Quisiera detenerme esta vez en las personas con discapacidad. En Chile casi un 13% de la población vive con algún tipo de discapacidad. Son más de dos millones de personas con capacidades diferentes respecto de su movilidad, su vista, su oído, su intelecto o su condición psiquiátrica. La ley dice que las personas con discapacidad son aquellas que teniendo una o más deficiencias de tipo físicas, mentales, psíquica, intelectual o sensoriales, de carácter temporal o permanente, al interactuar con diversas barreras presentes en el entorno, ve impedida o restringida su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás. Y aquí hay un punto fundamental, un tremendo cambio de paradigma: “las personas no son discapacitadas sino que presentan una discapacidad, pues es el entorno el que las discapacita. Si la sociedad es inclusiva y elimina las barreras que entorpecen el desarrollo de las personas con discapacidad, ellas podrán avanzar y desenvolverse en forma plena”, explica el sitio ciudadaccesible.cl

¿Se entiende? Los que nacimos con suerte, los que no hemos tenido un accidente, somos los que vivimos en un mundo normado y pensado para nosotros. En cambio, las personas con discapacidad son las que deben adaptarse al planeta de los afortunados. Así de absurdo. Así de injusto. Un querido amigo sufre de dolor en sus rodillas. Se ha operado y no ha logrado remediar el tema. Si bien no es una persona con discapacidad propiamente tal, sí es víctima de la ciudad hecha para los “sanos” y se ha topado con varias experiencias desagradables. ¿El ejemplo más claro? Las veredas están separadas de la calle por una altura suficiente como para producirle dolor cada vez que debe cruzar una calle. No es igual en todos lados. En países más sensibles a estos temas hay toda una regulación urbana que se preocupa de gente como mi amigo, así como de usuarios de sillas de rueda.

Vuelvo al uso del lenguaje. La primera reacción de la clase dominante, es decir todos quienes no somos personas con discapacidad, es encontrar exagerado esto de tener cuidado especial en la manera de usar las palabras. “Ay, qué tanto, qué importa si es discapacitado o incapacitado o diferente o lo que sea” le he escuchado decir a algunos amigos  neandertales. Basta contestarles con un ejemplo. Hoy casi nadie, ni los más brutos, se atreven a hablar públicamente de “colas” para referirse a los homosexuales o de “retardado” para señalar a una persona con discapacidad  intelectual. Eso sucede porque el lenguaje evoluciona en la medida que aumenta nuestra madurez cívica y la sensibilidad hacia la discriminación. Pues bien. Es tiempo de dar un paso más en ese camino. Y entender que, así como somos nosotros los responsables de producir las condiciones para que la discapacidad no sea un tema, somos también los que generamos en el otro la discapacidad. Por eso, asumiendo nuestra tremenda responsabilidad, debemos partir por aprender a hablar como corresponde.

Fíjese bien cómo nos enseñan los expertos lo que no se dice y lo que sí se dice. No son discapacitados. Ni deficientes. Ni enfermitos. Ni diferentes: son personas con discapacidad. No son lisiados, ni minusválidos, ni paralíticos, ni inválidos, ni mutilados, ni cojos ni tullidos: son personas con discapacidad física. No son mongolitos ni personas con retardo: son personas con discapacidad intelectual. No son personas invidentes, no videntes ni cieguitos: son personas con discapacidad visual o personas ciegas. No son sorditos o sordomudos: son personas con discapacidad auditiva o personas sordas. No son dementes, locos, trastornados o esquizofrénicos: son personas con discapacidad psiquiátrica o personas con esquizofrenia. Así se dice. Así quieren ellos que se diga. Leamos, repitamos, memoricemos. Y, sobretodo, entendamos nuestra responsabilidad. Es lo mínimo.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl