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Hace un tiempo tuve la mala idea de dejar a mis hijos expuestos libremente a la TV. En medio del zapping terminaron anclados unos minutos en el noticiario central de un conocido canal chileno, cosa que no me gustó nada porque su línea editorial – muy orientada al show masivo – ofrece lo más fácil de vender en una sociedad como la nuestra: morbo, miedo, rabia y desconfianza, priorizando el impacto de la violencia por sobre los contenidos relevantes y de calidad.

Esto me permitió tomar más conciencia de que un aspecto muy importante del desarrollo personal – pero curiosamente menos atendido – tiene que ver también con el extraordinario poder de la palabra, las comunicaciones y la información poco feliz a la que estamos expuestos diariamente, y que en muchos casos terminamos validando, fortaleciendo y replicando sin realmente observarla.

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Al igual que los alimentos, la información es energía que afecta para bien o para mal, y como no somos inmunes a eso, tal vez sería saludable empezar a filtrar un poco más todo aquello que nos parezca nocivo o que nutra poco. Ojo, no se trata de transformarnos en tontos graves, sino de poder disfrutar de un chiste, una broma o una buena película de cualquier género, pero teniendo presente el lugar que les corresponde: la diversión y la distracción.

El Mundo está lleno de información tóxica disfrazada de rumor, de carcajada, de espectáculo o de noticia que se viraliza muy rápidamente, y que no hace más que boicotear el esfuerzo que muchas personas hacemos por mantener a flote nuestras vibras positivas. Por eso los invito libre y amorosamente a ser más cuidadosos y selectivos con lo que vemos, escuchamos y comentamos, ya que todo eso también forma parte de la realidad que construimos, habitamos y compartimos.

Por: Raimundo Silva Guzmán
vivoenarmonia.cl